Om Silvia y Bruno
[¿] y entonces la multitud prorrumpió de nuevo en vítores, y un hombre, que se encontraba más exaltado que los demás, tiró su sombrero al aire, muy alto, y gritó (según logré entender): «¡Que levante la voz quien esté a favor del subrector!». Todos lo hicieron, pero no quedaba muy claro si era por el subrector o no: algunos vociferaban «¡Pan!» y otros «¡Impuestos!», mas nadie parecía saber qué era lo que querían en realidad. Yo era testigo de todo aquello desde la ventana abierta del salón del desayuno rectoral, mirando sobre el hombro del lord canciller, quien se había levantado como un resorte nada más iniciarse el griterío, casi como si hubiera estado esperándolo, y se había aproximado raudo a la ventana que ofrecía la mejor vista de la plaza del mercado. ¿¿Qué puede significar todo esto? ¿repetía una y otra vez para sí, mientras, con las manos juntas a la espalda, y su toga flotando en el aire, recorría la sala de un lado a otro con largas y rápidas zancadas¿. Nunca antes había oído tal clamor¿ ¡y a esta hora de la mañana, además! ¡Y tan unánime! ¿No le parece algo realmente sorprendente?
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