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Om LA LUCIÉRNAGA

Después de muchas cosechas de siglos, la tierra se hizo más amable y los hombres fueron más felices. Pero ninguno ignoraba que aquel rosado tiempo era uno de los últimos fulgores del crepúsculo del planeta. Las regiones boreales habían adquirido una extensión prodigiosa y los veranos eran tibios y sutiles. Se hacían peregrinaciones a numerosos géiseres abiertos recientemente, que ofrendaban al cielo, desmesurado e impasible, la ternura del último calor del globo valetudinario y moribundo. Sus penachos de agua eran vanas y desoídas oraciones. Violentos terremotos arruinaban y envolvían a las poblaciones, como si la tierra estuviera convulsa y temerosa de sus destinos. Entonces fue cuando la Humanidad aprendió a estimar la vida; estremecida de frío y miedo, vivió emocionada y anhelante, y el amor fue más espléndido y magnífico, porque también le llegaba su hora. Y los hombres se amaron, comprendiendo que la vida quería despedirse, y amándose, trabajaron menos, con lo que la civilización se marchitó y se encendió una grata y perpetua alegría. Los amantes se tendían en los estériles surcos de los campos. Querían reanimarlos, hacer que les envidiaran y, al envidiarles, florecieran. Pero todo estaba condenado irremisiblemente.

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  • Språk:
  • Spanska
  • ISBN:
  • 9791041935369
  • Format:
  • Häftad
  • Sidor:
  • 24
  • Utgiven:
  • 17. april 2023
  • Mått:
  • 170x2x220 mm.
  • Vikt:
  • 57 g.
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Beskrivning av LA LUCIÉRNAGA

Después de muchas cosechas de siglos, la tierra se hizo más amable y los hombres fueron más felices. Pero ninguno ignoraba que aquel rosado tiempo era uno de los últimos fulgores del crepúsculo del planeta. Las regiones boreales habían adquirido una extensión prodigiosa y los veranos eran tibios y sutiles. Se hacían peregrinaciones a numerosos géiseres abiertos recientemente, que ofrendaban al cielo, desmesurado e impasible, la ternura del último calor del globo valetudinario y moribundo. Sus penachos de agua eran vanas y desoídas oraciones. Violentos terremotos arruinaban y envolvían a las poblaciones, como si la tierra estuviera convulsa y temerosa de sus destinos.
Entonces fue cuando la Humanidad aprendió a estimar la vida; estremecida de frío y miedo, vivió emocionada y anhelante, y el amor fue más espléndido y magnífico, porque también le llegaba su hora. Y los hombres se amaron, comprendiendo que la vida quería despedirse, y amándose, trabajaron menos, con lo que la civilización se marchitó y se encendió una grata y perpetua alegría. Los amantes se tendían en los estériles surcos de los campos. Querían reanimarlos, hacer que les envidiaran y, al envidiarles, florecieran. Pero todo estaba condenado irremisiblemente.

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