Om LA DEVOCIÓN DEL ROSARIO
PEDRO GERMÁN ¡Dios sin principio y sin fin, cuyos soberanos pies pisa el mayor serafín! ¡Dios uno y Personas tres, que entender quiso Agustín, y en el ejemplo del mar, que el niño encerrar quería en tan pequeño lugar, vio que ninguno podía tan gran piélago aplacar! ¡Dios, de quien sólo creer es más justa reverencia que no intentaros ver, cuál impulso, qué violencia aquí me pudo traer! Señor, en mi celda estuve: ¿cómo me traéis aquí? Mas... ¿qué prometida nube de oro y sol se acerca así que sobre mis hombros sube? Como si en una linterna su cuerpo el sol se encerrara, le alumbra la luz interna y la superficie clara, bañada en su lumbre eterna; juntos caminan los dos al monte de vuestro cielo. ¿Qué es esto, divino Dios? O es que Vos bajáis al suelo o sube algún santo a Vos. (Suspéndese el monje, y con música sube por una canal una figura de papa, con capa y tiara.)
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