Om El Improvisador
Cualquiera que haya estado en Roma conocerá, sin duda, la Piazza Barberini, esa gran plaza con una bella fuente en la que el tritón vacía la chorreante caracola desde la que cae el agua a varios codos de altura; quien no haya estado la conocerá, sin embargo, por el famoso grabado, aunque es una lástima que en éste no aparezca la casa en la esquina de Via Felice, la alta casa esquinera en la que el agua corre por tres tuberías que hay en la pared hasta el gran depósito de piedra. Esta casa tiene para mí un interés muy especial, pues es allí donde nací. Si echo la vista atrás, a los primeros años de mi infancia, ¡qué torbellino de recuerdos!, no sé ni dónde empezar. Si rememoro la totalidad del drama de mi vida, menos sé, todavía, cómo he de organizarlo, qué conviene dejar a un lado por secundario, y qué será suficiente, por sí solo, para dar una idea del cuadro. Lo que es interesante para mí, quizá no lo sea para un extraño. Quiero narrar con veracidad y naturalidad la gran aventura de mi vida, pero la vanidad también habrá de entrar en escena, ese vicio de la vanidad: ¡el deseo de complacer! Todo lo sucedido en el mundo de mi infancia brotó como una simple hierba para ir creciendo, como sucedía con el bíblico grano de mostaza, e ir haciéndose cada vez más alto, acercándose cada vez más al cielo, hasta convertirse en un poderoso árbol en el que construyeron sus nidos mis pasiones.
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