Om El Archivo de Sherlock Holmes
Fue un placer para el doctor Watson verse de nuevo en la descuidada habitación del primer piso de la calle Baker, que había sido el punto de arranque de tantas aventuras extraordinarias. Miró a su alrededor, fijándose en los mapas científicos que había en la pared, en el banco de operaciones químicas comido por los ácidos, en la caja del violín apoyada en un rincón y en el recipiente de carbón, donde se guardaban en otro tiempo las pipas y el tabaco. Por último, sus ojos fueron a posarse en la cara fresca y sonriente de Billy, el joven pero inteligente y discreto botones, que había contribuido un poco a llenar el hueco de soledad y de aislamiento que rodeaba la figura sombría del gran detective. ¿Parece que aquí no ha cambiado nada, Billy. Y tú tampoco cambias. ¿Se podrá decir de él lo mismo? Billy dirigió la mirada llena de solicitud hacia la puerta del dormitorio que estaba cerrada, y contestó:
¿Creo que está en cama y dormido.
Eran las siete de la tarde de un encantador día veraniego, pero el doctor Watson se hallaba lo bastante familiarizado con la irregularidad del horario de vida de su viejo amigo para experimentar ninguna sorpresa por ese hecho.
¿Supongo que esto significa que se halla metido en algún caso.
¿Sí, señor; precisamente ahora está dedicado al mismo con todo ahínco. Yo temo por su salud. Lo encuentro cada día más pálido y más delgado y no come nada. «¿Cuándo le darán ganas de comer, señor Holmes?», preguntó la señora Hudson, y él contestó: «Pasado mañana, a las siete y media». Ya sabe cómo se vive cuando un caso despierta real interés.
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