Om CRÓNICAS Y CUADROS
El duque de Rivas había nacido para poeta; como poeta pudo ser soldado, pero no hombre político.
En Portugal escribió algunos de sus romances históricos, ocupándose sólo de trabajos literarios hasta que, al promulgarse la Constitución de 1837, volvió a España para tomar asiento en el Senado.
En esta época escribió para el teatro Solaces de un prisionero, La morisca de Alajuary El crisol de la lealtad, concluyendo y dando a luz su obra más popular e importante, los Romances históricos.
De nuevo el curso de los sucesos políticos lo obligaron a alejarse de Madrid para fijar su residencia en Sevilla, donde su infatigable musa le inspiró el juguete que lleva por título El parador de Bailén y el drama fantástico El desengaño en un sueño. En Sevilla permaneció dos años pues, habiéndole elegido senador por los de 43, tuvo que trasladarse a la corte donde ocupó la presidencia de la alta Cámara hasta que, hallándose en el poder don Luis González Bravo, fue enviado a representar nuestro país en la corte de Nápoles.
De esta época datan sus mejores poesías líricas y el apreciado libro en que se reveló como prosista distinguido e historiador notable. La historia de la sublevación de Nápoles, capitaneada por Massaniello es, efectivamente, una obra digna de los grandes elogios que se le han tributado.
Concluida su misión en Nápoles, volvió a España donde se mantuvo hasta cierto punto alejado de la política, hasta que en 1854 formó con Ríos Rosas, con el general Córdoba y algunos otros hombres políticos notables, el Ministerio que, creado para prevenir un conflicto, no pudo evitarlo y duró apenas dos días.
Después, y durante el mando del general Narváez, en 1857, fue nombrado embajador en París. Más tarde ocupó la presidencia del Consejo de Estado, puesto que, al agravarse de sus dolencias, tuvo que abandonar, no sin recibir al mismo tiempo como muestra de la alta estimación en que se le tenía el collar de la insigne orden del Toisón de Oro.
Tal es, en resumen, el cuadro de la agitada y gloriosa vida del hombre eminente cuya pérdida lamentamos hoy como irreparable y cuya memoria se apresuran a honrar de extraordinaria y desusada manera así las corporaciones científicas que han tenido el honor de contarlo entre sus individuos, como los escritores todos que veían en él una gloria de la patria tan respetable por su talento como por sus nobles prendas.
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