Om Balzac: La novela de una vida
Sucede a veces en la naturaleza que dos o tres tormentas procedentes de diversos puntos cardinales se embisten y descargan con violencia redoblada. Del mismo modo irrumpe la desgracia contra Balzac en cuanto regresa de Viena a París. Ahora va a pagar su incuria con tribulaciones. Cada vez que Balzac interrumpe su trabajo le sobreviene una catástrofe, y como al galeote que lima sus grillos y emprende la fuga, por cada mes de libertad se le impone un año de pena. La primera preocupación que le acomete reabre precisamente ahora una antigua llaga, ya medio cicatrizada: la familia. Su hermana, la señora de Surville, está enferma; su marido se encuentra en apuros pecuniarios, y la madre de Balzac está nerviosa porque Henri, su hijo predilecto, un tarambana a quien con grandes dificultades habían mandado a ultramar para que no zascandilease allí en medio, regresó de la India absolutamente sin recursos y además se trajo a una esposa quince años mayor que él. El grande, el omnipotente Honoré, que no posee un sou en la bolsa y de quien los diarios dicen maliciosamente que desapareció de París porque no podía satisfacer sus obligaciones, tiene incondicionalmente que buscarle una colocación y pagar por último a su madre lo que le debe. Cada vez que la madre le importunaba con exigencias y vituperios, cada vez que le amargaba la vida, Balzac se había refugiado hasta entonces con madame de Berny, la madre acogedora, con el fin de encontrar consuelo en ella. La «Dilecta» está gravemente enferma, su cardiopatía se ha agravado a consecuencia de emociones repentinas. Se le murió un hijo y una hija se volvió loca. Desorientada y sin fuerzas, ya no puede dar consejos al amigo querido. Tiene que renunciar incluso a la ocupación que la hace más dichosa, la lectura de las pruebas de los libros de Balzac, porque leer excita demasiado sus nervios, de por sí muy agitados. Él, que ya no sabe valerse por sí mismo, tendría que asumir el papel de valedor y consuelo.
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