av Alda Merini
299,-
Terrible y dulcísimo, enigmático y sabio, es a quien se evoca en este libro, el gran exiliado de la conciencia contemporánea: el padre. Padre todo sentido desde el cual se pretenda entender -y que sigue siendo inactual-: el Dios Padre religioso, punto de referencia de quienes aún buscan con obstinación y humildad el sentido de su propia vida; o bien, el padre espiritual, ancla de consuelo, confianza, consejo, el que plasmó Alda Merini en la figura de David Maria Turoldo: «Un cura que disipaba las tinieblas, que acariciaba las carnes ya pútridas por la distancia, un cura que era la memoria».El padre aquí representa simbólicamente el origen y, al mismo tiempo, la Nada hacia donde todo va. Lo buscamos sin saberlo como ciegos o sonámbulos, a veces nos alejamos de él con rabia y soberbia, o lo olvidamos con incipiente vanidad. Aun así, él jamás nos abandona y a nosotros no nos es dado abandonarlo, tal parecen sugerir estos poemas, a veces visionarios y dolientes, pero de nuevo con gran fuerza expresiva.Invirtiendo los términos de la relación filial, la poeta de hecho se pregunta: «¿Pero no es el hombre quien sostiene a Dios y, como un eterno Anquises, lo lleva sobre sus hombros y lo hace atravesar ese fondo de infinita soledad que es la vida?».